La moda, frívola para algunos y necesidad para otros, es el medio de expresión artístico más cercano al ser humano. La forma en la que combinamos la ropa, el uso de accesorios, nuestras preferencias en cortes y colores son indicadores de la personalidad y nivel estético de cada uno de nosotros.
Pocas décadas son tan recordadas por sus tendencias y diseños como los 70. Nuestra mente se llena de imágenes en vívidos colores, mujeres de talles estilizados, vestidos fluidos y vaporosos, telas brillantes, plataformas y mucha laca de por medio. Solo un hombre pudo ser artífice de esta imagen dándole a la mujer común un aire de socialité con solo ponerse un vestido: Roy Halston Frowick.
Confeccionar vestidos y sombreros eran su pasatiempo desde niño, dejando atrás los deportes y las actividades “masculinas”, su vocación estaba inmersa en alfileres, patrones, hilos y medidas. Las primeras mujeres en tener un diseño de Halston original fueron su madre y su hermana, las cuales fueron musas y cómplices en el inicio de su camino. Tras mudarse a Chicago para estudiar Arte, se concentra en la creación de sombreros, hasta que el Chicago Daily News realiza un reportaje sobre ellos, adquiriendo notoriedad y ventas suficientes para llegar a las altas esferas de la ciudad.
Pero Chicago era poca cosa para la ambición de Roy, con 25 años se muda a Nueva York, ciudad que es lo suficientemente grande y brillante para albergarlo. Fue en este momento en que se convirtió en Halston, creando el nombre indeleble en el mundo de la moda. En 1961, su pieza maestra, un sombrero en forma de pastillero, es usado por Jacqueline Kennedy en la toma de posesión de su marido. El accesorio, visto por millones de personas por televisión, es su pasaporte al mundo que siempre soñó, y así la fama llegó a sus manos.
Ya establecido como diseñador de modas, Vogue lo acoge como favorito utilizando sus diseños en páginas centrales y portadas. En palabras de Polly Mellen, editora de Vogue “...siempre supo entender la teatralidad de un atuendo, los efectos especiales, lo extravagante sin caer en lo vulgar...”. Tenía una habilidad máxima para entender las necesidades de la mujer: practicidad, chic, lujo y glamour, alejándose de estampados y diseños intrincados, la simpleza y minimalismo de sus diseños eran el atractivo principal.
En 1972, la revista Newsweek lo nombra el mejor Diseñador Americano y al año siguiente sube otro escalón, lleva su colección a Versalles, con un objetivo claro: el jet-set francés. Es así como se convierte en el favorito de princesas, cantantes, actrices y socialités a nivel mundial. En 1975 crea su primer perfume al lado de Elsa Peretti, quien diseña la botella, llegando al segundo lugar de ventas debajo de la clásica Chanel No.5.
Refinado y grácil hasta para fumar, siempre se le ve acompañado de un séquito de bellas modelos vestidas en originales con su nombre, Halston se había convertido en el primer diseñador americano en alcanzar el nivel de superestrella, se le veía en todas partes, la televisión, las revistas, el cine. Fue el primer diseñador en saber vender su nombre y crear una marca y licencias para todo tipo de artículos, desde joyería, accesorios, bolsos, cosméticos y colaborando junto a Warhol en la línea de zapatos para la marca Garolini.
En 1977 encuentra su segunda casa y mayor escaparate, el Studio 54. Los flashes previos al tumulto de cada noche en la puerta del icónico lugar, fueron la mejor exposición a su trabajo. Todas las mujeres con un lugar en la vida social en Nueva York llevaban sus diseños y sabían que éste era el lugar dónde mostrarlos.
Pero con la fama llegaron los excesos. En palabras del mismo diseñador, aparte de su apartamento en Manhattan, el Studio 54 era el único lugar donde se sentía libre, cada noche en un tête à tête con sus amigos más cercanos, entre los que figuraban Steve Rubell, Liza Minelli, Andy Warhol, Elio Fiorucci, Yves Saint Laurent y Liz Taylor, como en ritual, se entregaban en cuerpo y alma a la bacanal que se vivía dentro, rodeada de champagne, cocaína y excesos de todo tipo aderezados por La Vie en Rose, interpretada mágicamente por Grace Jones.
Halston se convierte en el rey de la noche en Nueva York ofreciendo “la mejor fiesta que el Studio había vivido” a una semana de su inauguración, en honor a su amiga íntima Bianca Jagger. Diseña el vestido en el que Bianca llegó ataviada montada en un caballo blanco guiado por un musculoso bar tender. Esta y más excentricidades fueron la chispa del Studio, al que todos se referían como el Gomorra moderno, del cual Halston se vuelve adicto, envuelto en ese coctel que a los ojos de los demás es el glamour en plena expresión, llamándolos el “Fashion Pack”, inspiración para la famosa canción de Amanda Lear.
Pero la fiesta estaba por acabarse para el diseñador, después de múltiples amantes entre los que se incluye al asistente de Warhol, adicto a las drogas y al alcohol, cargaba un semblante enfermo y cansado debajo de los lentes oscuros que lo caracterizaban. En 1988 fue diagnosticado con SIDA y solo dos años después murió, dejando el legado más grande que un diseñador ha podido lograr a su nivel. La marca es comprada en el 2000, para hacer un revival de la misma, creando la línea Halston Heritage, con las bases sentadas por el creativo.
En sus palabras: “Tú sólo eres tan buen diseñador como la gente a la que vistes” Y si es así, Halston es el mejor diseñador que ha nacido en los Estados Unidos, creando una época irrepetible, extraordinaria, a veces pretenciosa, pero siempre llena del glamour y perfeccionismo que lo caracterizó. Gracias a él, el camino se abrió para quien intentó seguir sus pasos, diseñadores como Donna Karan, Diane Von Furstenberg y Kenneth Cole. Tom Ford lo toma como influencia predominante hasta en la creación de sus anuncios publicitarios. Con Halston se fue la vida despreocupada de los 70, llena de lo mejor y lo peor a la vez, pero que muchos en esta época soñamos con haber vivido. Y tal vez sí, el Studio también fue nuestro.