–Por: Alejandro Salazar
–Fotografías: Cortesía
–Contacto: alejandro.salaz21@gmail.com
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La obra de Daniel Guzmán es el resultado de una búsqueda constante y disciplinada, guiada por la intuición de la mano que traduce la imaginación y las referencias del artista sobre el papel. En el caso de "Death Never Takes a Vacation" nace de su fascinación por las imágenes y la iconografía Azteca, en especial la de las diosas de la madre de la tierra que encarnan la dualidad simbólica de la fertilidad y la vida, la muerte y el sacrificio.
La exhibición presenta una selección de dibujos de la serie "Chromosome Damage" en la que representaciones de deidades prehispánicas como Coatlicue y Tlaltecuhtli desfilan junto a figuras humanas, bestias con máscaras y demonios en plena transformación. Estas imágenes sobre papel estraza exhiben un proceso descontrolado de metamorfosis: la acumulación de todo el universo en una sola forma, no desprovista de sentido del humor, que compacta y conjuga brazos, tetas, serpientes, garras y pelos.
Lo sensual y lo grotesco están presentes en igual medida en la obra de Guzmán: la influencia de los desnudos de Matisse y los retratos de mujeres Willem de Kooning se recombinan en figuras híbridas que recuerdan a Hermelinda Linda y a las perturbadoras caricaturas de Basil Wolverton. Las formas de Chromosome Damage parecen brotar una de la otra, producto de un diálogo sostenido entre la arqueología prehispánica y la cultura pop, pasando por la obra de José Clemente Orozco y las pinturas de Chucho Reyes, o las composiciones de un músico como el Reverendo Gary Davis, quien en 1960 grabó el tema que da nombre a la exposición. Los dibujos de Guzmán abarcan todas estas referencias pero nunca exige del espectador descifrar y analizar la fuente exacta de cada componente. Al contrario, esta riqueza de recursos permite que la obra trascienda su especificidad cultural y hable por sí misma.
Esta serie representa un paso hacia el uso del color en la obra del artista. En comparación a dibujos anteriores en los que predominaba la tinta negra y el lápiz sobre superficies blancas como el papel y la pared, estas figuras habitan un espacio neutro, gobernado por una paleta simple y orgánica. Hechos con pasteles, carboncillo, y acrílico, cada dibujo no emplea más de dos o tres colores, en su gran mayoría tonos tierra. Rojos, cafés, amarillos y rosas conviven sin esfuerzo con el color natural del papel estraza, un papel reciclado comúnmente utilizado para las envolturas en los mercados. Estos materiales otorgan una plasticidad y materialidad a los volúmenes, que delineados con trazos toscos evocan formas sin recurrir a maquillajes ni mediaciones.
Los personajes de Chromosome Damage tienen una vida y una voz propia. Se rebelan ante la mirada estática del espectador con cuerpos que se descubren inacabados, en movimiento. El formato mediano de los dibujos permite asir cada composición de golpe y sumergirse en una imagen que inspira miedo, respeto y a veces risa, que se desdobla y recompone entre curvas voluptuosas, lenguas y tentáculos con ojos que se multiplican sin control. Más que ilustrar un error en la reproducción a nivel celular, para Guzmán “estos dibujos buscan la forma de representar como se deforma el universo, como se disuelve y retuerce la materia, para luego recombinarse frente a nuestros ojos.”
La búsqueda de Daniel Guzmán apenas empieza. La serie sigue creciendo pero esta primera etapa quedará documentada en una publicación homónima realizada por el Drawing Room en Londres y la editorial RM. Disponible a partir de finales de abril, el libro presenta cien ilustraciones de Chromosome Damage, acompañadas por textos de Gabriel Kuri, la antropóloga Elizabeth Baquedano, especialista en la cultura Azteca, y Mary Doyle, directora del Drawing Room.
Todas las obras en la exhibición fueron realizadas con la misma técnica: pastel, carbón y acrílico sobre papel estraza, y cada una mide 63.4 x 44 cm. (24.96 x 17.32 in.)
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